La historia de Ping, de Marjorie Flack. Es mejor llegar el último que no llegar.
1933, ese fue el año en el que La historia de Ping se editó por primera vez. Hoy lo rescata la editorial Picarona para ofrecernos un clásico que seguramente no conocíamos y que nos enseña una gran lección en su final.
85 años después de esa primera edición renace Ping y su historia, ¿la conocías?.
La historia de Ping.
Autora: Marjorie Flack
Ilustraciones: Kurt Wiese
Edita: Obelisco, sello infantil Picarona.
Detalles: tapa blanda, 36 págs.
ISBN: 978-84-9145-151-8
Edad recomendada: +6/7 años
Ping es un pequeño pato que vivía con su extensa familia de padres, hermanos, tíos y primos en un bote que flota en el río Yangsté.
Cada mañana toda la familia baja del bote para buscar comida y nuevamente vuelven al mismo al acabar la jornada. Con un pequeño detalle: El último en subir, se lleva un azote en el culo.
Ping no quiere ser el último así que siempre está muy atento a la llamada hasta que un día pasa lo que tenía que pasar, que se despista y va a ser el último en subir. ¿Qué decide entonces?. Ping decide quedarse a dormir a la orilla del río y esperar al día siguiente para regresar al bote con todos.
Pero al día siguiente el bote no aparece y no oye la llamada de su familia. Y es ahí cuando comienza su aventura, no exenta de peligros, donde casi acaba siendo la cena de una familia.
Cuando logra escapar y sobrevivir, encuentra su bote y con él a su familia, nuevamente es tarde para no ser el último pero eso ya le da igual, solo quiere regresar con ellos.
Una historia que nos hace pensar en los clásicos antiguos, en las historias que acababan con moraleja y que eran escritas sin los filtros actuales para evitar palabras y actos como «azotes».
Usa un lenguaje a veces repetitivo, de ese que invita a memorizarlo para canturrearlo cuando se lee.
Marjorie Flack escribió el libro hace 85 años y para ser justos con él en la reseña, debemos remontarnos a aquella época y aquellas costumbres.
Las ilustraciones corren a cargo de Kurt Wiese y son sencillas y armónicas, usando practicamente cuatro colores nada más: azul, verde, marrón y amarillo.
Un cuento con moraleja.
No me gusta nada destripar todo el cuento en mis reseñas, soy de las que prefiere dejar el misterio del final para los lectores que se aventuren en sus lecturas. Pero en ocasiones hago excepciones, y esta es una de esas ocasiones porque reseñar este cuento sin reflejar la moraleja no tiene sentido. Y al reflejar la moraleja…obviamente estaré diciendo como acaba.
Aún así, os recomiendo su lectura, pero con niños de 6/7 años en adelante que sean capaces de comprender lo que nos cuenta Ping.
Hoy día sería todo un debate el tema del azote al último pato. ¿Por qué?, ¿es necesario?, ¿debería estar reflejado en el libro?, ¿fomentará la violencia?. A mi no me molesta que se haya respetado la historia original y no haya sido eliminado, no es más que una historia que nos viene a resumir que en ocasiones no importa ser el último, llegar tarde o aguantar una regañina siempre y cuando lleguemos sanos y salvos.
Tengamos en cuenta que es una historia escrita en 1933 y que tiene lugar en china. En aquel momento y en ese lugar, los azotes eran algo normal . Era otra época, otra cultura.
Tomemos el azote de Ping como algo «simbólico», bien puede ser un castigo, una regañina, una advertencia. Los cuentos clásicos de siempre están llenos de escenas y lenguaje por los que hoy día serían condenados sin compasión a la hoguera por no considerarlos aptos pero yo tengo otra forma de verlo, jamás podría destruir un libro ni transformar una historia antigua para edulcorarla en una nueva edición. Los libros son también historia, y en su día fueron escritos así y me gusta respetar eso.
Tenemos el derecho de decidir si los leemos o no o de criticarlos si no nos gustan.
Cuando yo era pequeña, tuve la genial idea de escaparme de casa junto a otra niña. Nos fuimos cuando se supone que deberíamos estar en el cole y comenzamos a andar sin rumbo por la carretera. Cuando llegó la hora en la que se supone que acababa la escuela nos entraron los miedos… solas, en la carretera, sin comida, sin dinero, sin nadie conocido. ¡Nos iban a matar!.
Comenzaba a anochecer y no sabíamos ni donde estábamos, y yo sabía que al llegar a casa me iban a matar y a castigar de por vida, pero tomé la decisión de regresar inmediatamente porque el miedo a lo que nos pudiera pasar fuera era mayor.
Ping me ha recordado esa aventura pasada, solo que Ping prefirió experimentar primero lo que ocurriría si se atrevía a no presentarse para no llevarse el azote y al comprobarlo se arrepintió y volvió con gusto aún sabiendo que le tocaba ser el último y llevárselo. Ya sabía lo que le podría pasar si no volvía, y era mucho peor.
Tengo que admitir que yo a mi hijo se lo he dulcificado un poco a leerlo. En lugar de hacerle ver el azote por ser el último en subir al bote, hablamos de la «colleja». No me mandéis a asuntos sociales por favor, en mi casa nos damos collejas cariñosas entre nosotros (al grito de «rayo paralizante» y con un flus-flus de ambientador en la mano), y es una forma de que él comprenda la historia, el motivo de que el pequeño Ping no quisiera ser el último.
Siempre digo que un cuento cuando lo leen los padres (o cualquier otro adulto), tiene la magia de convertirse en más corto o extenso según necesitemos en el momento, hacer protagonistas a los niños cambiando los nombres o adaptar las historias a nuestra manera para que los peques las comprendan mejor. Y ahí es donde a veces me tomo la licencia de cambiar alguna cosilla o palabra para lograr ese fin.
Resumiendo, un arriesgado clásico antiguo quizás no apto para los estándares actuales pero que merece la pena leerlo al menos una vez en la vida y conocer la historia de Ping.